Hoy perdí mi vuelo y fue como evaporar un nacimiento en medio de un montón de partículas de polvo que se preguntaban cosas curiosas de la existencia. Los iluminados pasillos del aeropuerto pudieron haber sido el acuario humano y no esa tempestad arquitectónica. Caminé por entremedio de las algas marinas (o de las pantallas Led) derritiéndome en una extraña condición de medusa escabulléndose a una fosa oceánica. Cuando llegué a la recepción del aeropuerto, sobre un mesón sin decorar, permanecía una mujer pelirroja que conservaba el aspecto de algún anfibio en peligro de extinción. Un anfibio en peligro de extinción que cree saber hablar y aprendió en algún tramo de la evolución a desarrollar extensas disertaciones.Yo simplemente la escuchaba como un niño aferrado a su pupitre. Medio aturdido por su discurso monomaniaco (muy parecido al aturdimiento luego de oír una misa, es que Dios también se viste de lagarto) Compré mi pasaje. Luego el tiempo se convirtió en una estampida. Gate One. Gate Two. Gate Three ... Busqué mi entrada en los pasillos cuando me percaté de un hombre que me miraba fijamente, entonces lo señalé con mi dedo índice, y este, mas confundido aún que yo con mis desorganizaciones temporales, sonrió y se convirtió en el mismísimo diablo. Se acercó para besarme pero yo lo rechacé. De pronto me di cuenta de esto; El diablo vestía de frac o de mendigo y llevaba el número de mi vuelo.Iba corriendo por ese acuario en el cual las aves se acercan a beber un poco de agua y los peces quedábamos atrapados. Hice el ChekIn. No llevaba maletas, solo mi cuerpo, que a pesar de no estar envejecido siente la carga de una montaña de piedras. Gasté todo mi dinero en ese pasaje y es que me había embriagado la necesidad de ser libre, de huir de todo y conocer el mundo de nuevo. Tomar una decisión como la de enfrentar a la mujer lagartija y correr entre rostros pusilánimes para alcanzar el cielo era un mérito plausible. Llegué con mis sentidos despiertos a las afueras del terminal equivocado. Ese no era mi vuelo, mierda, no era mi vuelo y estaba retrasado. 17:47. Mi boleto decía 17:50. De pronto escuché todas mis ilusiones despegar. Todo mi anhelo esperanzado en una turbina. Todo, todo por lo que había luchado ahora se alzaba a los cielos sin estar yo ahí dentro, a cambio, y casi como si fuese un acto predilecto, un montón de personas a las cuales yo les había tendido la mano iban felices a su destino turístico (Incluido el diablo).
-Su dinero no le puede ser devuelto.
Me dijo la mujer pelirroja. (Me invadió una sensación de vacío).
-No se preocupe, le dije yo. Ahorraré para el próximo vuelo, concluí.
Me senté en una de esas sillas insípidas de terminal y comencé a desprender las piedras que llevaba cargando sobre mi cuerpo.
Aleta.