En toda la cuadra las casas tienen un aspecto fúnebre y despersonalizado, habían de adquirir las tonalidades que no las diferenciaran la una de la otra. Por el contrario, mi casa es amarilla, igual que esa esfera redonda, minúscula y característica de las flores que resaltan en medio de la ciudad.
A veces, cuando es de noche, las polillas la confunden con la luz de las linternas, se vienen a parar aquí. Chocan con la casa tratando de darse su baño de luz. Yo les digo que se vayan. Pues no es luz de farol alguno. A veces se van. Otras, las tengo que guardar en frascos. Las dejo debajo de la cama y ningún monstruo viene por ellas.
Ayer, mi casa estaba mas asustada que nunca. Las paredes, heladas como un tempano y calladas, como si les hubieran colgado cien cuadros. Mi casa es bastante ruidosa y cálida. Por lo tanto era una situación para preocuparse. Es por eso que fui a hablar directamente con ella. Nunca antes lo había hecho, y a pesar de que mi casa tenia gran cantidad de recovecos por los cuales creí yo, podía comunicarme, tenia que encontrar el lugar apropiado. La chimenea me parecía ser un buen lugar, siempre he pensado que para escuchar hay que estar dispuestos a la verticalidad, y la chimenea tenia eso de sobra. Me acerque a la chimenea, cuando era tarde y todos dormían, para que pudiéramos conversar en paz. Ella me explico que estaba asustada, que las polillas la confundían con linternas, y que ella solo era amarilla, y no tenia culpa de su luz. Yo le dije que no se preocupara, que yo arreglaría todo, que volviera a ser cálida y ruidosa como siempre. Pero no me escuchó. El fuego de la chimenea se hizo humo, y me dejo la cara llena de hollín. De pronto, comencé a sentir un ruido perturbador en las paredes; golpes, como miles de piedras pequeñas que caminaban por las ventanas, se sentían vibrando en los alrededores, salí rápidamente para ver que era lo que ocurría y al abrir la puerta me encontré que no había tierra que pisar. Miles de polillas se encontraban elevando la casa a lo mas alto de los cielos, y yo, mientras zigzagueaba buscando donde pisar, pensaba en que la casa ahora si que iba a estar triste. Cerré la puerta, comencé a subir las escaleras en busca de mi mamá, pero no bastó mas de tres escalones para darme cuenta de que, esta era una promesa que yo le había hecho a mi casa. Las paredes comenzaron a resbalar agua salada. Chorreaba por todas partes, y no había esponja que la detuviera… Mi casa estaba triste y yo era el responsable de arreglar todo esto. Me asome por una ventana, sin embargo era poco lo que podía distinguir, pues nos encontrábamos dentro de una nube… Si, una nube. Comencé a gritarle a las polillas, pero no había forma de que me escucharan. Fui a mi habitación. Me encerré. Tenia miedo, confusión, incertidumbre… Tome una vieja fotografía en la que salía yo con mi madre. Esas fotografías de los momentos felices. Aquellas en donde se ve el sol reflejando los rostros, y la felicidad como un chorro de tinta. La abrase y me senté en el borde de la cama, esperando a que esto pasara. De pronto, mire la fotografía con mayor claridad y vi esa esfera redonda, minúscula y característica de las margaritas, era el cabello de mi madre, amarillo igual que la luz de las linternas, y quizás mas… Era el señuelo perfecto. Quizás mi madre aun dormía, así que me levante y fui por unas tijeras. Subí lentamente sin hacer ruido, la casa estaba liviana y silenciosa, el ronquido de mi madre era igual de suave que el aleteo de una mariposa. Me acerque a su cama, la casa se tambaleaba como un barco, pero ella no podía percibirlo pues su sueño era profundo y confortante. Me acerque y con mucho cuidado, comencé a cortar todos sus cabellos amarillos. Tenia que asegurarme, no podía dejarle ninguno… Cuando ya tuve aquella seda en mis manos, me asome a la ventana lo mas rápido que pude, alce el cabello como una bandera, y lo lance a los cielos para llamar la atención de aquellas polillas adictivas. Rápidamente fueron por él, dispersándose por todo el cielo y abandonando lentamente la casa. Me di cuenta de lo alto que estábamos, y de lo fuerte que prontamente íbamos a caer, esta ves, yo no podía predecir que era lo que iba a suceder, así que, salte a la cama de mi madre, me metí a las sabanas como una oruga, y la abrase. La caída se comenzó a sentir. Así: Fuerte, como una avalancha. Lenta, como un suspiro.
Fin.